tengo un recuerdo difuso,
muy lejano,
como suspendido
en el tiempo,
yo con tan sólo dos años,
en brazos de mi madre,
bailando...
Siempre pensé que era
o un sueño, o una
fantasía mía,
pero un buen día
removiendo un álbum de
fotografías, de aquellas
de la infancia,
descubro que en realidad
no era un invento,
porque en ella me ví,
en sus brazos bailando,
así como jugando.
Tan sólo tenía dos años
y mi memoria no se como
pudo registrarlo con
tal nitidéz que a través
de los años,
conservé ese momento
como un gran tesoro,
porque fue el único
acercamiento que
registró mi corazón,
con sus sentimientos.
Qué hermoso hubiera sido
haber recibido diariamente
su cariño.
Qué insuperable experiencia
debe haber sido
criarme con ella,
percibir sus fragancias,
palpar su alma de madre tierna,
la que yo imagino
porque nunca pude
en el cotidiano vivir,
conocerla...
Son carencias que no se suplantan
con nadie ni nada,
son vacíos que nunca se llenan,
porque la madre es la causa
y el principio de la existencia,
porque la madre ausente,
la que no pudo educarnos,
la que no pudo darnos de niños,
ese amor,
deja huellas tremendas
en el corazón...
A veces pienso que
este intenso dolor,
que conmigo llevo,
tiene origen en su ausencia,
porque no la mamé en vida,
porque el único recuerdo
que tengo de ella
es esa fotografía,
que por mi alma gira,
como bailando una danza
a la que todo le falta,
una danza que me dejó
sin su amor...
No la tuve, no la tengo,
no la tendré ya jamás,
a esa querida madre
de la que ni recuerdos
me quedan...
El que pudo disfrutarla,
el que supo y sabe
lo que significa,
el que en el corazón
la lleva,
a ese nunca le faltará
haber sentido su existencia,
ese por siempre llevará
la sublime emoción de
recordarla y tenerla muy dentro
con mucho pero mucho amor...
Nunca sentira el vacío horrendo
de su carecia...
Autoría: Raquel Norma Smerkin Roitman.
29/07/2011
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