Lugares de los cuales
nos adueñamos,
creemos que son nuestros
porque guardan
un montón de recuerdos.
Concurrir a ellos
es como instalar ese tiempo
a sus espacios,
concurrir a ellos
es como vestirlos de pasado,
y a cada uno de sus ángulos,
de alguna forma llamarlos.
Lugares que no hacen más
que revolver nostalgias, o
devolvernos la risa,
o avisarnos que aún tenemos
como una joya guardada
antiguas esperanzas.
Lugares en donde son evidentes
las pérdidas,
aquellos rincones tristes
en donde lloramos
cuando la muerte
a algún ser querido se lleva...
Costumbre la nuestra
de fraccionar los sentimientos,
ubicarlos en espacios,
medirlos con el tiempo...
Lugares que duelen, que alegran,
que llenan, que saben a sol jóven
por donde corríamos
proyectando la vida.
Lugares inmóviles, como
cuartos de los recuerdos,
encerrando fotos, cartas, pañuelos, besos...
Hay un lugar inmensamente grande
en donde compartimos
la tierra y el aire.
Ese no tiene dueño,
es de todos y es de nadie,
es el mundo que habitamos,
el lugar que nos enseña
que somos uno más en el planeta
mancomunando así
nuestras individualidades...
Autoría: Raquel Norma Smerkin Roitman
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